Esta tradición es celebrada en el Estado de Oaxaca, se realiza
durante el mes de octubre y parte de noviembre, justo en la celebración del Día
de Muertos
“Los hombres que brotan del ombligo de la Tierra” o
Huehuentones, en la cultura mazateca, representan a aquellos seres que vienen
del inframundo a convivir, bailar y cantar con los vivos.
En la región de La Cañada, en el municipio de Santa María
Chilchotla, año con año, entre máscaras, singulares vestuarios y danzas, cobran
vida los testimonios y creencias de los huehuentones, por lo que se hace una
gran fiesta para conmemorar a los seres que ya partieron del mundo terrenal.Un huehuenton —Cháj tó xo´ó en lengua mazateca— es un alma vieja que se atavía de sol para bailar entre los vivos. Hombres, mujeres y niños llegan al panteón como cada año, la premisa es dejar el alma y guardar en el cuerpo el alma de un difunto, no importa el nombre de quien ha muerto, ni el nombre del huehuenton que es casa del alma del difunto: lo importante es comulgar entre iguales, abrir el portal del tiempo y transformar la dimensión vida-muerte en un sólo espacio. Una vez que el alma del difunto encarna en un huehuenton, éste anula su yo, pierde su identidad como sujeto individual para transformarse en un sujeto colectivo que bailará durante los días sacros frente a las ofrendas para los fieles difuntos, recebirá como pago simbólico pan, fruta, café y aguardiente.
La música ritual que acompaña a los huehuentones está compuesta por una gran cantidad de sones, cuya melodía repetitiva por parte de guitarras y violines crea una atmósfera ideal; nadie que escuche un son de huehuenton puede quedar impune de manera emocional, incluso si se desconoce el idioma mazateco, que es la lengua en que se cantan estos repertorios.
El huehuenton debe conservar su anonimato, hay que anular cualquier indicio que pueda delatar la identidad: las mujeres se visten de hombres, los hombres de mujeres, se cubren el rostro con la tradicional máscara de huehue —viejo—, la voz debe fingirse, anularse como sujeto para existir como una gran comunidad que permite que los muertos bailen frente a las ofrendas, que generosa y amorosamente han preparado las familias para estar juntos de nuevo en un tiempo ritual espiral que se repetirá cada año en las tierras oaxaqueñas.